Sobre la pervivencia de las culturas en el Cielo



Mientras me documentaba para la entrada en que hablaba de las diferencias de inculturación de Roma y de Hispanoamérica leí este párrafo del ensayo "La belleza del reto de la inculturación" de D. Luis Martínez Ferrer que me dejó gratamente sorprendido:

Dios no quiere que las diversificaciones originarias, que empezaron con la polaridad hombre–mujer, se pierdan en el más allá. Si la Escritura habla de los salvados como «gentío enorme (…), de toda clase de naciones, tribus, pueblos y lenguas», quiere decir que esas especificidades culturales no se perderán tras la Parusía. El europeo, el centroamericano, el chino, el ecuatoriano, el azteca, el sioux lo será por toda la eternidad, igual que siempre será hombre o mujer. Es algo que nos puede llevar a reflexionar sobre el origen divino de las diferenciaciones culturales y su proyección eterna. Con esto no queremos caer tampoco en un culturalismo exacerbado, pues en este tiempo de vida que la Providencia nos concede, muchos experimentan profundos cambios culturales que les llevan a terminar su trayectoria personal en posiciones muy diversas de las que partieron. Y lo mismo las propias culturas, siempre en evolución y cambio a lo largo de la historia. Pero sí queremos subrayar que la pertenencia cultural no es algo indiferente y sin valor, sino que, de alguna manera, perdura en el Más Allá.
Es decir, que nuestra propia cultura, nuestra lengua, todo aquello que forma parte de nuestra identidad colectiva como nacionales de un país, y de nuestra identidad personal como miembros de esa determinada cultura, no se pierde, no desaparece tras la muerte sino que continúa tras esta en el Cielo. Me sorprende por la amorosa previsión de Dios de que conservemos esa identidad. Pero también da idea de lo capital, lo importante que es para Él la cultura humana como elemento identificador. Desde luego que los hispanos formaremos un grupo bien nutrido allí.