Me ha gustado mucho esta reflexión del obispo de Palencia, monseñor Munilla, en su blog, en una entrada sobre el hermano Rafael, quien ha sido canonizado el domingo pasado:
Una de las grandes enseñanzas de la vida del Hermano Rafael es ésta: la santidad no debe de confundirse con el perfeccionismo. Este último, el perfeccionismo, se caracteriza por centrar todos los esfuerzos en la materialidad de nuestras obras, de forma que las podamos culminar correctamente, sin error ni fallo alguno… Sin embargo, la santidad no consiste tanto en la perfección material, cuanto en la aceptación y en el ofrecimiento, por amor de Dios, de nuestros esfuerzos y de nuestros pequeños “logros”, así como de nuestras limitaciones y errores.
A lo largo de los escasos años en los que el joven Rafael permaneció en la Trapa de Dueñas, tuvo que ir desprendiéndose -en un claro ejercicio de purificación pasiva- de sus planes, proyectos, propósitos… Rafael soñó al ingresar en la Trapa con llegar a ser un monje perfecto; pero, finalmente, Dios le concedió ser… ¡un monje santo!
Comenta Don José Ignacio cómo el hermano Rafael tuvo en su vida que renunciar a sus proyectos debido a una grave enfermedad de modo que tuvo que asumir el sufrimiento de ver peligrar su propia vocación religiosa por las limitaciones que la enfermedad le suponía. Sin embargo, fue su respuesta a esas limitaciones, que le impedían la perfección como monje lo que le llevó a la santidad.
Me recuerda esta reflexión de monseñor una cita de Gandhi:
Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa.
Nada de lo verdaderamente humano es ajeno a Dios. Más bien todo lo humano puede ser elevado sobrenaturalmente. Lo realizado con el máximo esfuerzo, por amor a Dios, pese a nuestras imperfecciones, a nuestras limitaciones, nos acerca a la santidad. Una muestra más de la amorosa previsión del Padre.